Como se podra apreciar a lo largo de lo que espero sea este blog, se daran cuenta (en realidad se los estoy contando ahora), que siento una profunda admiración a la poesia de la genial Alejandra Pizarnik.
Ale, fue una escritora argentina hija de inmigrantes Judios Rusos y Eslovacos. Se caracterizo por su poesia, que "baila con la soledad, la muerte y las dudas" esos son los temas principales (para mi).
Mi querida Pizarnik padecia de Borderline, «un trastorno de la personalidad
que se caracteriza primariamente por desregulación emocional,
pensamiento extremadamente polarizado y relaciones interpersonales
caóticas».
Lo que me enamoro de ella ( asi como de otros tantos escritores) es como maneja los temas del inconsiente, el deseo, la soledad, la muerte.. baila con las palabras de tal manera que logra llenarte el alma, que dice con la simplicidad de sus palabras que le pasa al ser que esta en solitario.
"Escribir
un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura.
Porque todos estamos heridos."
Otra cosas que me atrapo de esta gran mujer fue su fascinacion con el tema de Alicia en el Pais de las Maravillas.
Como segundo posteo quiero dejar esta entrevista donde voy a resaltar esos aspecto que mencione de mi queridisima Alejandra.
Entrevista
de Martha Isabel Moia, publicada en El deseo de la
palabra, Ocnos, Barcelona, 1972.
*
Todos los asteriscos que aparecen hasta el final del texto hacen
referencia a poemas de Alejandra Pizarnik.
M.I.M. - Hay, en tus poemas,
términos que considero emblemáticos y que contribuyen
a conformar tus poemas como dominios solitarios e ilícitos como
las pasiones de la infancia, como el poema, como el amor, como
la muerte. ¿Coincidís conmigo en que términos como jardín,
bosque, palabra, silencio, errancia, viento, desgarradura y
noche, son, a la vez, signos y emblemas?
A.P. - Creo que en mis
poemas hay palabras que reitero sin cesar, sin tregua, sin piedad:
las de la infancia, las de los miedos, las de la muerte, las
de la noche de los cuerpos. 0, más exactamente, los términos
que designas en tu pregunta serían signos y emblemas.
M.I.M. - Empecemos por entrar,
pues, en los espacios más gratos: el jardín y el bosque.
A.P. - Una de las frases
que más me obsesiona la dice la pequeña Alice en el país de
las maravillas: - «Sólo vine a ver el jardín». Para Alice
y para mí, el jardín sería el lugar de la cita o, dicho con
las palabras de Mircea Eliade, el centro del mundo. Lo
cual me sugiere esta frase: El jardín es verde en el cerebro.
Frase mía que me conduce a otra siguiente de Georges Bachelard,
que espero recordar fielmente: El jardín del recuerdo-
sueño, perdido en un más allá del pasado verdadero.
M.I.M. - En cuanto a tu bosque,
se aparece como sinónimo de silencio. Mas yo siento otros significados.
Por ejemplo, tu bosque podría ser una alusión a lo prohibido,
a lo oculto.
A.P. - ¿Por qué no? Pero
también sugeriría la infancia, el cuerpo, la noche.
M.I.M. - ¿Entraste alguna
vez en el jardín?
A.P. - Proust, al analizar
los deseos, dice que los deseos no quieren analizarse sino satisfacerse,
esto es: no quiero hablar del jardín, quiero verlo. Claro es
que lo que digo no deja de ser pueril, pues en esta vida nunca
hacemos lo que queremos. Lo cual es un motivo más para querer
ver el jardín, aun si es imposible, sobre todo si es imposible.
M.I.M. - Mientras contestabas
a mi pregunta, tu voz en mi memoria me dijo desde un poema tuyo:
mi oficio es conjurar y exorcizar.*
A.P. - Entre otras cosas,
escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere
no sea; para alejar al Malo (cf. Kafka). Se ha dicho que el
poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético
implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir
un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura.
Porque todos estamos heridos.
M.I.M. - Entre las variadas
metáforas con las que configuras esta herida fundamental recuerdo,
por la impresión que me causó, la que en un poema temprano te
hace preguntar por la bestia caída de pasmo que se arrastra
por mi sangre.* Y creo, casi con certeza, que el viento
es uno de los principales autores de la herida, ya que a veces
se aparece en tus escritos como el gran lastimador.*
A.P. - Tengo amor por el
viento aun si, precisamente, mi imaginación suele darle formas
y colores feroces. Embestida por el viento, voy por el bosque,
me alejo en busca del jardín.
M.I.M. - ¿En la noche?
A.P. - Poco sé de la noche
pero a ella me uno. Lo dije en un poema: Toda la noche hago
la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo
la noche.*
M.I.M. - En un poema de adolescencia
también te unís al silencio.
A.P. - El silencio: única
tentación y la más alta promesa. Pero siento que el inagotable
murmullo nunca cesa de manar (Que bien sé yo do mana
la fuente del lenguaje errante). Por eso me atrevo a decir
que no sé si el silencio existe.
M.I.M. - En una suerte de
contrapunto con tu yo que se une a la noche y aquel que se une
al silencio, veo a «la extranjera»; «la silenciosa en el desierto»;
«la pequeña viajera»; «mi emigrante de sí»; la que «quería entrar
en el teclado para entrar adentro de la música para tener una
patria». Son estas, tus otras voces, las que hablan de tu vocación
de errancia, la para mí tu verdadera vocación, dicho a tu manera.
A.P. - Pienso en una frase
de Trakl: Es el hombre un extraño en la tierra. Creo
que, de todos, el poeta es el más extranjero. Creo que la única
morada posible para el poeta es la palabra.
M.I.M. - Hay un miedo tuyo
que pone en peligro esa morada: el no saber nombrar lo que
no existe.* Es entonces cuando te ocultás del lenguaje.
A.P. - Con una ambigüedad
que quiero aclarar: me oculto del lenguaje dentro
del lenguaje. Cuando algo - incluso la nada tiene un nombre,
parece menos hostil. Sin embargo, existe en mí una sospecha
de que lo esencial es indecible.
M.I.M. - ¿Es por esto que
buscas figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje
activo que las aluden?*
A.P. - Siento que los signos,
las palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo complejo de
sentir el lenguaje me induce a creer que el lenguaje no puede
expresar la realidad; que solamente podemos hablar de lo obvio.
De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a pesar
de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las
sombras interiores. Es esto lo que ha caracterizado a mis poemas.
M.I.M. - Sin embargo, ahora
ya no buscas esa exactitud.
A.P. - Es cierto; busco
que el poema se escriba como quiera escribirse. Pero prefiero
no hablar del ahora porque aún está poco escrito.
M.I.M. - ¡A pesar de lo mucho
que escribís!
A.P. - ...
M.I.M. - El no saber nombrar*
se relaciona con la preocupación por encontrar alguna
frase enteramente tuya.* Tu libro Los trabajos
y las noches es una respuesta significativa, ya que en él
son tus voces las que hablan.
A.P. - Trabajé arduamente
en esos poemas y debo decir que al configurarlos me configuré
yo, y cambié. Tenía dentro de mí un ideal de poema y logré realizarlo.
Sé que no me parezco a nadie (esto es una fatalidad). Ese libro
me dio la felicidad de encontrar la libertad en la escritura.
Fui libre, fui dueña de hacerme una forma como yo quería.
M.I.M. - Con estos miedos
coexiste el de las palabras que regresan.* ¿Cuáles son?
A.P. - Es la memoria. Me
sucede asistir al cortejo de las palabras que se precipitan,
y me siento espectadora inerte e inerme.
M.I.M. - Vislumbro que el
espejo, la otra orilla, la zona prohibida y su olvido, disponen
en tu obra el miedo de ser dos,* que escapa a los límites
del döppelganger para incluir a todas las que fuiste.
A.P. - Decís bien, es el
miedo a todas las que en mí contienden. Hay un poema de Michaux
que dice: Je suis; je parle á qui je fus et qui- je- fus
me parlent. ( ... ) On n'est pas seul dans sa peau.
M.I.M. - ¿Se manifiesta en
algún momento especial?
A.P. - Cuando «la hija
de mi voz» me traiciona.
M.I.M. - Según un poema tuyo,
tu amor más hermoso fue el amor por los espejos. ¿A quién ves
en ellos?
A.P. - A la otra que soy.
(En verdad, tengo cierto miedo de los espejos.) En algunas ocasiones
nos reunimos. Casi siempre sucede cuando escribo.
M.I.M. - Una noche en el
circo recobraste un lenguaje perdido en el momento que los
jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre
corceles negros.* ¿Qué es ese algo semejante a los sonidos
calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas?*
A.P. - Es el lenguaje no
encontrado y que me gustaría encontrar.
M.I.M. - ¿Acaso lo encontraste
en la pintura?
A.P. - Me gusta pintar
porque en la pintura encuentro la oportunidad de aludir en silencio
a las imágenes de las sombras interiores. Además, me atrae la
falta de mitomanía del lenguaje de la pintura. Trabajar con
las palabras o, más específicamente, buscar mis palabras,
implica una tensión que no existe al pintar.
M.I.M. - ¿Cuál es la razón
de tu preferencia por «la gitana dormida» de Rousseau?
A.P. - Es el equivalente
del lenguaje de los caballos en el circo. Yo quisiera llegar
a escribir algo semejante a «la gitana» del Aduanero porque
hay silencio y, a la vez, alusión a cosas graves y luminosas.
También me conmueve singularmente la obra de Bosch, Klee, Ernst.
M.I.M. - Por último, te pregunto
si alguna vez te formulaste la pregunta que se plantea Octavio
Paz en el prólogo de El arco y la lira: ¿no sería
mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la
vida?
A.P. - Respondo desde uno
de mis últimos poemas: Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis
haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada
frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema
mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada
en las ceremonias del vivir*.
Texto extraído de "Prosa Completa", Alejandra Pizarnik,
págs. 311/315, ed. Lumen, Buenos Aires, Argentina, 2003.
Selección: S.R.
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